Maternidad y madres de día: Cuando tu hijo forma parte del proyecto

Maternidad

No todas las madres de día son madres, pero sí hay madres y padres que deciden dedicarse a esta profesión precisamente para poder conciliar plenamente con la crianza de su bebé integrándole en su propio proyecto

Quienes han hecho la prueba de compaginar la maternidad con ser madre de día hablan de una experiencia «tremendamente positiva»

Maternidad y madres de día. Una realidad en muchas casitas de educadoras que inician su andadura en este hermoso mundo. Tres compañeras de la Asociación de Madres de Día de Madrid (Amadima) han vivido esta experiencia de la maternidad dentro del nido en primera persona y así me lo han contado.

Raquel integró a su hija en su nido Piecitos en casa con poco más de tres meses. En su caso, ya tenía rodaje previo como madre de día. En ese momento, su hija, como es normal, era muy demandante de sus brazos y su pecho, y a veces sentía que «no siempre podía estar al 100 por 100».

Por suerte contaba con la ayuda de su pareja, con quien compartió su baja.

«Aunque haya momentos complicados, sin duda lo repetiría una y mil veces. A mí me parece un regalo poder tener a mis hijos durante su primera infancia, y más después de ver lo que he visto y de trabajar donde he trabajado».

Y reconoce que lo que más complicado le resultó, sobre todo, a medida que su hija iba haciéndose mayor era “mantener la objetividad” y “poder equilibrar tu papel como madre y como madre de día. No siempre atender a tu hija antes que a los demás solo por el hecho de ser tuya ni al contrario”.

En general, cuenta que, como experiencia, «pesa muchísimo más la parte positiva»

Mejor si el resto de niños son mayores

Mónica cuenta actualmente en su proyecto El nido de Zoe con su hija. Para ella, quizás lo más complicado «es que aprendan que tu atención no es la misma como mamá que como madre de día». También el tema de los juguetes y «tener que compartirlos». «En mi experiencia la cosa va mejor cuando el resto de los niños del nido son mayores que mi hija», explica.

Y en cuanto a los conflictos, de cara a las familias, «no es lo mismo tener que decir que un niño ha pegado o mordido a otro, que decir que ha sido tu hijo el que lo ha hecho».

Pero, en general, si sopesa los pros y los contras «tiene más pros aunque a veces sea un camino difícil».

«Con la mayor -dice- fue más complicado porque empecé el proyecto cuando ella tenía 2 años y medio. Sin embargo, lo superamos y a día de hoy ha sido una gran suerte. De hecho, cinco años después se lleva fenomenal con su primer compañero».

Y material nuevo para el nido

El hijo de Silvia comenzó con 18 meses en La Casita de LuMa.

«En mi caso fue muy buena experiencia siempre desde el principio. Yo lo que hice fue comprar material nuevo para la casita y los juguetes de mi hijo los guardaba en su habitación y no los compartía si él no quería».

Para Silvia fue una experiencia maravillosa que, como en el caso de Raquel y Mónica, repetiría sin dudarlo las veces que hiciera falta.

Cuando tus hijas no forman parte (físicamente) del nido

En mi caso, mis dos hijas, de 9 y 11 años, aunque nunca han formado parte de mi proyecto de La Casita de Pez Austral, sí han tenido que entender que mi trabajo les implica en cierta medida, pues parte de sus espacios tengo que destinarlo a los peques.

Pero debo decir que desde el minuto uno, no solo lo han entendido, sino que les ha encantado la idea y me han ayudado incluso a gestar mi proyecto, dibujando ellas mismas el logo y dándome ideas divertidas.

Cuando por cualquier circunstancia se tienen que quedar en casa (y no necesariamente porque estén enfermas), sin duda disfrutan de la presencia de los peques y viceversa. El clima que se crea entre todos es como el de una gran familia en la que unos aprenden de otros y todo es tremendamente positivo.

La suerte de poder conciliar

Para mí, el trabajo de madre de día me ha permitido conciliar 100 por 100 con mi maternidad. Ir cada día al colegio a llevarlas y recogerlas. Permitirles comer en casa cuando lo necesitan. Estar cerca si me llaman para ir a buscarlas por si se ponen malas. No tener problema si un día no pueden ir al colegio. No sufrir por campamentos durante las vacaciones…

En definitiva, CONCILIAR en mayúsculas. Algo que, en mi opinión, no tiene precio.

 

 

 

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Arancha Cuéllar

Periodista, educadora infantil y madre de día en La Casita de Pez Austral. Firme defensora del acompañamiento respetuoso a la primera infancia.

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